El ser humano es parte de un planeta. El hombre no se hace a sí mismo, en todo depende de otro, o es sólo como una hoja arrastrada por el viento del poder, o está relacionado con los pensamientos y acciones que se digan humanas, que se digan libres.
En la historia de la vida de un individuo se identifican tales procesos, el hombre es parte de una sociedad y eso ya lo vuelve dependiente. Puede tomar sus propias decisiones y creerse libre, pero esas mismas decisiones que lo hacen creer que es libre influyen en el resto de personas a su alrededor. Obviamente no se puede estar en desacuerdo con la definición que haría Heidegger: “la voluntad individual es reemplazada por la voluntad general, que se encarga de establecer las condiciones mínimas de funcionamiento del sistema."
El aspecto más importante del encadenamiento a la dependencia de la sociedad es la necesidad de subsistencia, la búsqueda de la comodidad y bienestar económico, pero tan grande es el poder económico que maneja a los hombres como marionetas, rompe el equilibrio, reemplaza los principios que los definen como humanos parte de la naturaleza. La instauración del brutal sistema tecnológico industrial impone la enajenación y el vaciamiento de la vida, todo esto ligado por la ambición de unos cuantos y el trabajo esclavizado de otros.
El mundo gira de una manera en que ya no hay vuelta atrás, pues tal vez el hombre era “libre” cuando el tiempo y el espacio lo dieron a luz dentro de la existencia y en toda su existencia va a caer en cuenta que “libertad” es un concepto y no un sentimiento como se cree.
Alguna vez ya lo dijo el sociólogo mexicano Carlos Fuentes: “No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres”, a lo que se puede añadir que mientras exista el dios dinero que conduce no sólo la forma de vivir, sino también sentimientos y pensamientos, no habrá libertad.
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