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El desarrollo de Occidente y proceso de conquista a través del discurso civilizatorio.

Juan Domínguez

La concepción de desarrollo desde la óptica de occidente se liga a las grandes transformaciones, principalmente económicas, a partir del aprovechamiento de los recursos naturales renovables y no renovables, así como el uso de mano de obra, todo para contribuir al crecimiento de un capital basado en el materialismo, pues, mientras más riquezas acumula un individuo, estará más preparado para competir en la carrera de vida impuesta por este modelo de desarrollo.


Desde el "descubrimiento" hasta la actualidad todo se ha transmutado siempre al capital europeo, y más tarde al norteamericano, y como tal, se acumula en los lejanos centros de poder. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. Unos perdieron, otros ganaron; pero ocurre que quienes ganaron lo hicieron gracias a los que perdieron. La historia del subdesarrollo de América Latina integra la historia del desarrollo del capitalismo mundial. La derrota de los pueblos estuvo siempre implícita en la victoria ajena; su riqueza ha generado siempre su pobreza para alimentar la prosperidad de los otros. La brecha se extiende. Los países opresores se hacen cada vez más ricos en términos absolutos gracias a los capitales que América Latina podría destinar a la reposición, ampliación y creación de fuentes de producción y de trabajo.


El sistema es tan irracional que cuanto más se desarrolla más se agudizan sus desequilibrios, tensiones y contradicciones ardientes, la perpetuación del actual orden de cosas es la perpetuación del crimen. El poder europeo se extendía para abrazar al mundo, las tierras vírgenes, densas de selvas encendían la codicia de los capitanes, ya para entonces los españoles, atravesando selvas infernales y desiertos infinitos, habían avanzado mucho en el proceso de exploración y de conquista, entonces América aparece como una invención más, el desnivel de desarrollo de ambos mundos explica en gran medida la relativa facilidad con que sucumbieron las civilizaciones nativas. A tiros de arcabuz, golpes de espalda y soplos de peste, avanzaban los implacables y escasos conquistadores de América. La ciudad, devastada, incendiada y cubierta de cadáveres, cayó. Los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales estimularon el desarrollo económico europeo. La defensa de la fe católica resultaba una máscara para la lucha contra la historia, mientras continuaba en pie el oscurantismo y el fatalismo.


En América, la cruzada del exterminio, esclavización y el saqueo de las Indias Orientales son hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista, sin embargo las regiones más signadas por el subdesarrollo y la pobreza son aquellas que en el pasado han tenido lazos más estrechos con la metrópoli y han disfrutado de períodos de auge. Potosí es un ejemplo de la degradación reinante siendo la ciudad que más ha dado al mundo y la que menos tiene. La ficción de la legalidad, amparaba al indio, la explotación de la realidad lo desangraba, así se transformaba al indio en bestia de carga. Los indios han padecido y padecen, síntesis del drama de toda América Latina, la maldición de su propia riqueza. La matanza de los indígenas comenzó con Colón y nunca cesó. Violencia y enfermedad, avanzadas de la civilización: el contacto con el hombre blanco continúa siendo para el indígena el contacto con la muerte. La expropiación, usurpación de sus tierras y su fuerza de trabajo han sido el resultado del desprecio racial, que alimenta la degradación de las civilizaciones rotas por la conquista.

Los efectos de la conquista y todo el largo tiempo de la humillación posterior rompieron en pedazos la identidad cultural y social que los indígenas habían alcanzado. Mercantilismo, feudalismo y esclavitud; como de costumbre la expansión, expandió el hambre. Frustración económica, social, nacional, una historia de traiciones sucedió a la independencia, y América Latina desgarrada por sus nuevas fronteras continuó condenada al monocultivo y a la dependencia. Crecieron las ciudades, y se amplió en extensión y profundidad, el mercado de consumo. El campo irradia pobreza para muchos y riqueza para muy pocos; sin embargo, el campo no es solamente un semillero de pobreza, es también un semillero de rebeliones, aunque las tensiones sociales agudas se oculten a menudo, enmascaradas por la resignación aparente de las masas.


Estos dos opuestos sistemas de colonización interior muestran una de las diferencias más importantes entre los modelos de desarrollo de los EEUU y América Latina. En realidad, en el Norte y el Sur se habían generado en la matriz colonial sociedades muy poco parecidas y al servicio de fines que no eran los mismos, no eran soldados de fortuna sino pioneros, no venían a conquistar, sino a colonizar y así fundaban colonias de poblamiento. A la esclavitud de los indígenas le sucedió el trasplante en masa de los esclavos, las zonas florecientes coexistieron siempre con las decadentes, al ritmo de los auges y las caídas de las exportaciones de metales preciosos, o azúcar.


Esta estructura persiste y también en la actualidad implica un bajo nivel de salarios, por la presión que los desocupados ejercen sobre el mercado de trabajo y frustra el crecimiento del mercado interno de consumo. Cuando se habla sobre conservación del medio ambiente, erradicación de la pobreza, mejoramiento de la calidad de vida de la gente, los gobiernos se proponen entrar en sociedad con la industria. Esta se convierte en “benefactora” de la sociedad, pues dotará a los pobres de educación, energía, acceso al agua y a la salud, de manera que los “países en vías de desarrollo” pasan a ser clientes de las empresas, renunciando a su derecho de ser usuarios de estos servicios; derechos que son parte de los servicios económicos, sociales y culturales, reconocidos por las Constituciones de los países y por varios acuerdos internacionales.


Terratenientes, mineros, y mercaderes habían nacido para cumplir la función de abastecer a Europa en oro, plata y alimentos. Los caminos trasladaban la carga en un solo sentido: hacia el puerto y los mercados de ultramar. Clave que explica la expansión de los Estados Unidos como unidad nacional y la fracturación de América Latina, porque al norte de América no había oro, ni había plata, ni civilizaciones indígenas con densas concentraciones de población ya organizada para el trabajo, ni suelos tropicales de fertilidad fabulosa en la franja costera que los peregrinos ingleses colonizaron. La naturaleza se había mostrado avara, y también la historia: faltaban los metales y la mano de obra esclava para arrancar los metales del vientre de la tierra, para convertirnos a partir de ese momento en su "patio trasero".

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