-¡Vaya ojeras, si que parezco un mapache! -pienso, mientras me miro en el espejo, abotono mi camisa y anudo mi corbata. No puedo dormir, necesito una fuente fija de ingresos para subsistir y la tarea de encontrarla se ha vuelto complicada. Reviso a diario los clasificados del periódico y ayer había visto, entre tantos anuncios solicitando vendedores, uno que decía: “Necesitamos persona con excelente redacción y comunicación para trabajo de oficina”.
-Es adecuado para mí -me dije, no es que mi redacción sea excelente pero tampoco es mala. Sin más, llamé al número publicado y concreté cita para la entrevista, me la dieron para las 9h00 y son las 6h30. Debo apurarme y salir pronto si quiero llegar puntual, aparentemente tengo tiempo de sobra, mi destino no está muy lejos pero la circulación y el servicio de transporte público son caóticos en esta ciudad.
Al fin pude con el nudo para el tamaño perfecto de la corbata, siempre me sale pequeña o grande, odio usarla, no sé para qué uno tiene que ponérsela. Apuro mi café y de la prisa surge un accidente, derramé un poco del líquido y fue a dar a la maldita corbata, por suerte la mancha se confunde con el tono oscuro de su color, por fin sirvió para algo, evitó que se arruine la camisa, menudo babero.
Ya en la parada del autobús surge el primer problema, todos bajan llenos, las tres diferentes líneas que circulan por el sector están repletas de gente. -¿De dónde diablos sale tanta gente? -me pregunto- ¡Si que se reproducen como conejos! Subí a uno de los buses y no pude avanzar más allá del inicio del pasillo. -Avance al medio, colabore- dice el controlador, solo para ganarse los insultos del gentío que pasaba pisándome y a la mierda el lustrado de zapatos.
Poco a poco el espacio del transporte se despeja, esas caras somnolientas, lagañosas, mal peinadas y olorosas a perfume de peluquería barata y mal aliento se bajan del bus para la labor diaria, conseguir el pan de cada día. Menos mal que salí temprano porque ya casi es hora de mi entrevista, estoy cerca del lugar.
Cuando llego a la puerta del edificio, me topo con un amigable sujeto, baja estatura, contextura gruesa y acento costeño. Levantó su gorra, saludó, me mostró el camino y me dejó pasar. Seguí al pie de la letra las indicaciones del guardia y al llegar a la oficina encontré a una hermosa señorita.
– Buen día.
– Buenos días señor. ¿En qué le puedo ayudar?
– Vengo por la entrevista de trabajo.
– ¿Me dice su nombre, por favor?
– Domínguez- respondí, no pude dejar de notar el gran escote de la chica, sus enormes senos se balancearon dentro de esa blusa casi transparente cuando se inclinó para tomar un bolígrafo y escribir mi nombre en su registro.
– Tome asiento y espere un momento por favor – me dijo. Levanté la mirada desde su pecho a su delicado rostro. Tenía unos labios de ensueño y unos ojos para pederse en ellos toda la mañana. Antes de acudir al cómodo sillón que adornaba la oficina, vi cómo la señorita escribió en el papel. “Dominges”, puso en la hoja. – ¡Maldita sea, lo mismo de siempre!- pensé.
– Señorita, disculpe, pero escribió mal mi apellido.
– ¿Seguro?
– Pues, claro, sé muy bien cómo se escribe mi apellido, es mi apellido- sonreí, para no enojarme.
– Ah, ¿es con Z verdad?- corrigió y puso la Z en lugar de la S.
– Si, pero también lleva la U entre la G y la E, además de una tilde en la I- ella no sabía a qué diablos me refería. Luego tomó en cuenta el error y también hizo las respectivas correcciones.
– Disculpe- me dijo, algo avergonzada- ahora si puede tomar asiento, el doctor Rodríguez, mi jefe, no tardará en atenderlo.
– ¿El doctor? – pregunté para estar seguro de haber escuchado bien el apellido.
– Rodríguez- respondió con una coqueta sonrisa.
– ¡Demonios!- pensé, tiene documentos con el apellido de su jefe y no se da cuenta que en ellos si escribe la tilde, la U y la Z en su lugar.
Tomé asiento y desde donde estaba pude notar que era inevitable fijarse en tremendas piernas de la chica. Largas, gruesas, bien perfiladas, cuando las cruzaba su minifalda se elevaba poco a poco, quise ser el nylon de sus medias para acariciarlas con esa suavidad. Ella a veces levantaba su mirada para analizarme y sonreía, yo disimulaba el gesto ojeando las revistas y los documentos que reposaban en la mesita de café.
Entre los documentos pude notar que había unos boletines y comunicados de la empresa. Era sorprendente el número de faltas ortográficas. -¿Dónde vine a meterme?- pensé. No lo podía creer, quise saber quién los escribió y por qué conserva su trabajo. ¿Acaso los jefes no revisan estas cosas? Luego, comprendí la posible razón del anuncio. Querían a alguien que escriba esas cosas correctamente para poner de patitas en la calle al que lo estaba haciendo mal.
De pronto se abrió la puerta de una oficina y de ella salió un sujeto calvo, de lentes, pasado de kilos, necesitaba afeitar los orificios de su nariz y oídos. No estuve seguro de qué era lo que masticaba pero tenía restos del alimento en sus comisuras labiales y migajas en su corbata.
– ¿Usted, viene por el trabajo?- preguntó, con la boca llena.
– Si señor- el sujeto sacó un pañuelo de su bolsillo trasero y limpió su boca.
– Adelante, venga para conversar- me dijo.
Asentí con la cabeza y antes de cruzar la puerta para ingresar a la oficina del jefe, volví a mirar a la secretaria. Ella sostuvo la mirada y sonrió nuevamente.
Ya en el interior de la oficina no quise intimidarme por el lujo de muebles, adornos y equipos que ocupaban el lugar, eché un vistazo alrededor. El doctor Rodríguez analizaba mi presencia de pies a cabeza y me invitó a tomar asiento en la silla frente a su pomposo escritorio. Quise saber qué clase de madera compone aquel escritorio, el labrado de su contorno era fenomenal.
– Y bien, ¿trajo su currículum?
– Claro señor, aquí tiene – Saqué mi hoja de vida de la carpeta y se la entregué.
– Aja… mmm… ok… si… interesante – le escuchaba mencionar mientras la leía.
Mi mirada viajaba desde el sujeto leyendo mi perfil profesional, hasta una pared donde reposaban fotos del tipo con otros personajes, seguramente gente importante en ese negocio pues nadie se me hacía conocido.
– Entonces es usted periodista- dijo el doctor.
– Si señor.
– ¿Y cuál es el interés de trabajar con nosotros?
– Bueno señor, si bien mi perfil profesional se desarrolla en otro ámbito, tengo los conocimientos necesarios para cumplir con las características del puesto que ofrecen y colaborar con la misión y visión que persigue esta prestigiosa empresa, pues en el anuncio explican que solicitan una persona con excelente redacción y comunicación para trabajo de oficina.
– Pero todavía no sabe exactamente a qué trabajo de oficina nos referimos.
– Por ello acudí a esta entrevista, para obtener más información sobre la vacante y poder ofrecer mis servicios si así lo requieren.
– Me agrada su conversación, se expresa bien.
– Gracias señor.
– ¿Tiene usted alguna experiencia en ventas? – me preguntó. Me mordí la lengua. Mierda- me dije- no puede ser, otra vez lo mismo.
– Pues para ser sincero, no, pero si usted me da la oportunidad podría aprender, ya que con mis habilidades comunicativas soy capaz de vender un producto al igual que una noticia.
– Mmmm… ¿ha vendido algo alguna vez? o ¿ha promocionado algún producto?
– Pues, si de ventas se trata, mi madre tuvo un pequeño negocio de abarrotes donde yo colaboraba y en ocasiones atendía el local de ropa de mi tío en un centro comercial. Tengo experiencia en el trato con el cliente.
– Ya, bueno de algo puede servir eso, pero yo me refiero a ventas grandes, negocios en grande, el business que da dinero de verdad señor Domínguez.
– Si, lo entiendo doctor.
– ¿Usted sabe algo de publicidad? Estrategias de marketing.
No recuerdo bien toda la labia que le solté al tipo para ser convincente. Hablé de la urgencia de crear necesidades en el consumidor para poder vender el producto. Campañas publicitarias a corto, mediano y largo plazo con diferente poder de alcance, campañas de comunicación que se beneficien de la responsabilidad social empresarial y bla, bla, bla, bla. Cuando sabía que, en ese negocio, la única estrategia efectiva funciona de otra manera porque, gracias a un buen par de tetas, conocía exactamente dónde queda ese taller automotriz. Gracias a un cuerpo femenino tan curvilíneo, sabía qué brocha comprar para pintar mi casa. Un buen trasero en bikini me enseñó que es más refrescante y deliciosa esa cerveza en un día caluroso que toda el agua del mundo. ¿Por qué será que un periódico sangriento se vendía más los lunes que cualquier otro día?
No deseaba estar ahí porque ya supe de lo que se trataba el trabajo. Sin embargo, no quería que me vean como un estúpido y también hice esfuerzos para quedarme con el puesto, peor era nada. ¿Qué podía perder al tratar de diseñar campañas para vender la basura que venden? ¿Dignidad? Si, pero a estas alturas ya ni de eso se preocupa uno cuando lo único que encuentras en tu bolsillo al meter la mano son las pelusas del pantalón.
– ¿Y qué hay de los jóvenes? ¿Cómo llegar a ellos?
– Bueno señor, hay que estudiar una estrategia efectiva y directa para zombies de la tecnología, porque, por ejemplo, si usted le muestra a un joven ahora el comercial de Marlboro, seguro va y se compra un caballo.
– Tiene usted toda la razón.
– Oiga, disculpe, puedo hacerle una pregunta- le dije, recordando los documentos llenos de faltas ortográficas y carentes de orden.
– Claro dígame.
– Si el trabajo no consiste en escribir y revisar boletines de prensa, oficios, comunicados, solicitudes y ese tipo de cosas de oficina, ¿por qué en el anuncio no especificaron que requerían un publicista?
– Bueno, la verdad hemos tenido problemas con los tipos que se encargaron de esas campañas, escriben horrible.
– ¿Y quién se encarga del trabajo de oficina?
– Pues Sandy, ya conoció a Sandy la secretaria, ella se encarga de todo eso y lo hace bien.
– Si claro – pensé sarcásticamente.
– Ah, una cosa, ¿ha considerado cortarse el cabello?
– Pues…
– Es necesario, de verdad.
– No sabía que con el cabello corto puede uno escribir mejor.
– Usted sabe, cuestión de imagen, la empresa considera muy importante aquello.
La entrevista finalizó con un apretón de la mano sudorosa del tipo, enseguida metí la mía en el bolsillo de mi pantalón, mientras salíamos, para limpiarme esa asquerosa humedad impregnada. Al cruzar el umbral de la puerta pude contemplar otro maravilloso espectáculo. Una carpeta llena de documentos escapó de las manos de Sandy, la secretaria, mientras la sacaba del archivero. Los papeles fueron a caer en medio de la recepción y ella no hizo más que inclinarse para recogerlos. Debo mencionar nuevamente lo magnífico de sus piernas sostenidas por esos tacones y lo mejor fue cuando se puso a cuatro patas para poder alcanzar los papeles que fueron a dar bajo el sillón. Nunca vi mejores nalgas que esas, las costuras de su minifalda estaban a punto de explotar.
Ofrecí mi ayuda a Sandy que agradeció el gesto con otra coqueta sonrisa y cuando terminamos de recoger los papeles del piso, me dispuse a salir del lugar. El doctor Rodríguez volvió a despedirse indicándome que espere su llamada, esta vez evité su mano y solamente hice un gesto con la cabeza. Miré a Sandy -espero verlo nuevamente por aquí- me dijo guiñándome el ojo. Agradecí y salí del lugar, mientras lo hacía, escuché al jefe llamar a su secretaria.
– Oiga reinita, venga un ratito- dijo. Entendí perfectamente por qué no le importaban sus desastrosos textos y por qué la secretaria conservaba su trabajo.
Ya fuera del edificio fui a entregar más carpetas con mi currículum en otros lugares, no pude ni almorzar como se debe, engañé al estómago con el último dólar del día y el resto fue para el pasaje de vuelta. En el bus pude comprobar que estaba la misma gente que se trasladó en la mañana. Esta vez medio despeinados. Por el cansancio de la jornada mostraban una cara como de perro cagando bajo la lluvia. También comprobé que en la mañana no se habían bañado, el olor a sobaco y queso rancio inundaba el lugar.
Ya en mi casa solo quise ir a mi habitación, dormir o por lo menos intentarlo. Una vez más la noche pateaba mis pensamientos por no conseguir nada en el día. Las deudas, las malditas deudas, las preocupaciones y la edad que avanza. En el país del palanqueo la meritocracia se queda siempre en los discursos políticos para ganar simpatizantes.
Ahí estaba una noche más sin poder dormir, cuando de pronto, entre tanta vuelta de lado a lado y tanto acomodar la almohada, recordé a Sandy. Qué hermosa mujer, qué cuerpo, qué curvas. Recordé el balanceo de sus pechos, cómo humectaba el rojo intenso de sus labios con su lengua, esa sonrisa coqueta, esa piel blanca y delicada, ese cabello oscuro y perfumado, su manera de caminar, esa pequeña cintura, esas grandes caderas y ese gran trasero que rebotaba a cada paso. Hace que la imaginación vuele lejos. Quise dedicarle una jalada de ganso y así poder conciliar el sueño. Esa noche, al fin, dormí como un bebé.
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