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Hoy en día ya no sólo existe una división internacional del trabajo, sino una mundialización de la división del trabajo, una captura generalizada de todos los modos de actividad, incluidos aquellos que escapan formalmente a la definición económica de trabajo. Los sectores de actividad más “atrasados” y los modos de producción marginales, las actividades domésticas, el deporte, la cultura, etc., que hasta ahora no incumbían al mercado mundial, están cayendo, uno tras otro, bajo su dependencia.
Lo que resulta pertinente en la asignación de un trabajador a un puesto productivo no es sólo su capacidad de proporcionar un cierto tiempo de trabajo, sino el tipo de secuencia maquínica que va a introducir en el proceso de producción, (en la que interviene por supuesto, un trabajo físico, pero cada vez más relativo).
De esta suerte, las reivindicaciones sindicales que apuntan a la disminución del tiempo de trabajo pueden volverse perfectamente compatibles con el proyecto de integración del capitalismo, y no sólo compatibles, sino que incluso pueden ser auspiciadas para que el trabajador pueda dedicarse a actividades financieramente improductivas, pero económicamente recuperables.
El ámbito de la integración maquínica ya no se limita únicamente a los lugares de producción, sino que se extiende también a todos los demás tipos de espacios sociales e institucionales, agenciamientos técnico-científicos, equipamientos colectivos, medios de comunicación de masas, etc. La revolución informática acelera considerablemente este proceso de integración, que contamina también la subjetividad inconsciente tanto individual como social.
Esta integración maquínico-semiótica del trabajo humano implica, en consecuencia, que se tome en cuenta en el seno del proceso productivo la formación de cada trabajador no sólo en el ámbito de sus saberes, lo que algunos economistas llaman el “capital de saber”, sino también en el conjunto de sus sistemas de interacción con la sociedad y con el entorno maquínico, imbricando en este entorno tanto a las máquinas propiamente dichas, esto es, las máquinas técnicas, como a las máquinas semióticas y a las máquinas deseantes, que funcionan como software de los comportamientos sociales, de los tejidos urbanísticos, de todos los niveles de sensibilidad, de interiorización de los sistemas jerárquicos, etc.
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