Te quiero, por esas cosas inexplicables que ocurren en mi mente cuando te admiro en fotos y el mejor símil es el hecho de sentarme bajo la oscuridad del cielo para admirar la belleza de las estrellas. Te quiero, porque imagino alguna vez empaparme con el roción de tu mirada, quedar hipnotizado si sonríes mientras te observo, y permanecer así, en un incómodo pero bendito silencio.
Te quiero, porque serías capaz de intimidarme con el contacto de tus manos y las tomaría con el deseo de percibir cómo despierta el pálpito de este inope corazón albanado. Te quiero, porque te entregaría el corazón sin miedo a ser esquilmado, de todas maneras no ando por la vida en pedazos, siempre existe una oportunidad para arborecer y lanzarse libre al viento.
Te quiero, porque también es pululante el deseo de compartir las palabras, los gestos, los momentos. Caminar a tu lado por los rincones mágicos que esconde mi ciudad, mostrarte lo que no conocías o poco sabías de este lugar. Caminar orgulloso si me tomas del brazo, presumir la hermosura de tu compañía. Te quiero, porque el ludir de tu piel y tu figura me enloquecerían al punto de sumergirme en lo profundo del pecado. Quedaría tan acaramelado, que el suave vaivén de tu cadencia al caminar me descontrolaría en segundos.
No tengo empeño en ser lisonjero o dicharachero. No te coloco en altar u hornacina alguna, aunque sea mi sincera intención, porque puedo llegar a adorarte con locura. Sin embargo, nada es efímero para el amor. Y por todo lo que he dicho, y mucho más por descubrir, te quiero.
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